La contaminación lumínica en campus universitarios es la emisión innecesaria, excesiva o mal dirigida de luz artificial que altera los ciclos naturales de flora y fauna, afecta la salud humana (alteración del ritmo circadiano) y desperdicia energía. En España, su regulación se basa en el Real Decreto 183/2008 y normativas autonómicas como la Ley 4/2019 de Canarias, que prohíben la iluminación hacia el cielo. Las universidades han avanzado mediante la adopción de iluminación exterior direccional con corte en 90 grados, que ilumina solo el suelo, evitando fugas hacia el cielo o ventanas; la sustitución de lámparas de vapor de sodio por LED de temperatura cromática cálida (? 3000?K); y la instalación de sistemas con atenuación progresiva tras medianoche. En campus cercanos a espacios protegidos (parques naturales, ZEPAs), se han eliminado totalmente las luces en zonas periféricas durante épocas de migración o cría. Pedagógicamente, los datos de contaminación lumínica se usan en prácticas de biología y astronomía: estudiantes miden impacto en polinizadores nocturnos o en la visibilidad estelar. La gestión exige auditorías lumínicas bianuales y protocolos de emergencia que prioricen la seguridad sin exceso (luminarias que se activan solo ante movimiento). Un éxito replicable es la certificación Dark Sky Campus obtenida por una institución rural, tras reducir un 80?% la emisión hacia el cielo y crear rutas de observación nocturna para la comunidad. Para consolidar avances, varias universidades han establecido metas de contaminación lumínica cero en zonas naturales, con seguimiento mediante sensores fotométricos. Un avance reciente es la eliminación de iluminación ornamental en fachadas históricas, que ha reducido un 35?% el consumo nocturno sin afectar a la seguridad, demostrando que la estética y la sostenibilidad pueden ir de la mano. eliminación de iluminación ornamental en fachadas históricas
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